13 de febrero de 2010

El ser humano, un ser entre la libertad y la necesidad. Por Juan Pérez Floristán

Aquí trataré dos puntos polémicos y hasta hoy (y sin expectativas de cambio), sin solución completa (creo que con los dedos de una mano se tiene de sobra para enumerar los dilemas FILOSÓFICOS que tienen una solución axiomática y por tanto definitiva): el ser humano y la libertad del mismo.

Para empezar, ¿por qué destacar tanto la palabra “ser” al referirme al ser humano? Es por la pregunta «¿Qué conlleva el “ser” humano?» ¿Quiere decir eso que el ser humano, en su estado de “darse” Y de “ser consciente de esa existencia”, tiene que poseer entonces algo que lo diferencie de, por ejemplo, un animal? Es decir, ¿es dual el ser humano por el hecho de tener una conciencia y a la vez la conciencia de que tiene conciencia?

Esto nos llevaría a la presuposición de la existencia de dos entidades ligadas entre sí: una material, el cuerpo humano; y otra de dimensiones metafísicas, espirituales, pensables pero no comprensibles, un espíritu, un ser pensante atado necesariamente a un ser material. Para apoyar esta idea, nos podemos basar por ejemplo en: nuestra intuición, que nos lleva a pensar que somos más que simples conexiones químico-neuronales, que trascendemos del mundo material, que nuestro cuerpo es una mera marioneta de nuestro verdadero “yo” (lógicamente, la existencia de esta intuición es discutible); y el hecho de poder imaginarnos como ser pensante sin cuerpo, sin dimensión material, pero no como un ente material sin parte “espiritual” (pues entonces nuestro supuesto “yo”, pensante, que está por encima de nuestra parte material, no existiría, lo cual nos lleva a una paradoja).

Luego podríamos, como ya hizo Platón, empezar a discernir sobre la naturaleza de este alma, sus características, sus diversas manifestaciones (racional, irascible y concupiscible), y sobre las consecuencias de su existencia (Santo Tomás de Aquino manifestaba que esta cualidad “especial” nos aleja de la baja condición de los animales y nos acerca al status supremo de ángel o arcángel, además de que su existencia nos da las cualidades de dignidad, voluntad e igualdad).

Pero, ¿tenemos, como decía Hume, experiencia sensitiva (empírica) de este fenómeno? Y si son dos naturalezas tan distintas, ¿cómo es posible que convivan TAN estrechamente ligadas? Pero si aceptamos una visión monista, estaríamos colateralmente decantándonos por la afirmación “el ser humano no es libre”, pues si no existe una conciencia, un espíritu que no se ajuste a las leyes de la naturaleza (pues no es material), todo lo que hagamos será parte de la gran máquina de materia regida por esas leyes, y todo se resumirá en un complejísimo caso de “causa-efecto”.

Así pues, estamos llegando al segundo punto de la disertación: la libertad.

Como punto de partida, una buena palabra es “paradoja”. Algo paradójico es un hecho, idea, pensamiento, que por lógica es en principio algo verdadero, pero que nos lleva a dos posibles soluciones contrarias entre sí (a una contradicción).

Así pues, no me veo en condiciones de afirmar “Soy determinista” o “Soy indeterminista”. La razón es que a mi modo de ver, ambos planteamientos pueden tener validez, y que dudo muchísimo que alguna de las dos teorías sea la solución perfecta y final al problema por sí sola.

Siempre me he decantado más por el determinismo: es verdad que todo tiene una causa, y que una causa tiene que llevar siempre a una consecuencia; además, el razonamiento de que una persona ante una causa (un incendio) puede reaccionar de diversas formas debido a su libre albedrío es una idea incompleta, pues ante en esa situación una persona no está SOLO ante el factor condicionante “incendio”, sino que su decisión final se verá influida por incontables factores: toda la experiencia a lo largo de su vida (segundo a segundo), su educación, su genética (que le condicione como “persona valiente” o como “persona cobarde”, ¡y eso grosso modo!), su capacidad de reacción, la velocidad con la que decida qué hacer… Así pues, sí creo que todo tiene una causa, y que si parece que ante una causa puede haber varias consecuencias, será porque hay otras muchas causas añadidas ignoradas por nosotros, ya sea por falta de reflexión, o por falta de posible demostración y enumeración de todas y cada una de ellas. Eso sí, esta afirmación nos lleva a una última causa: lo que originó todo. Pero… ¿acaso el Universo puede estar causado por un primer suceso? Entonces, si es la primera causa, ¿debe de ser algo que a su vez no tuviese causa (pues por delante del primero no va nadie)? ¿No tenía TODO causa?

Estos razonamientos me llevan más hacia el determinismo científico: el Universo es una gigantesca máquina, regida por billones de billones (largo etc.) de leyes ligadas entre sí (y por ahora vamos a dejar de lado ese “salto mortal” que hay que dar para explicar el origen del Universo, ese llamado una vez “motor inmóvil”), que DETERMINAN todo suceso que se dé en cualquier espacio y en cualquier momento; y no vamos nosotros, los seres humanos, a estar fuera de esas leyes (pues somos una parte más del Universo), pues entonces se podría decir que somos como unos semi-dioses: podemos saltarnos las leyes naturales, que condicionan todo nuestro alrededor, y dirigirnos por nuestra propia voluntad. Así pues, ¿por qué un planeta, un animal, se rigen por las leyes naturales de causa-efecto y nosotros (que al fin y al cabo no somos ni una mota de polvo en el vasto Universo) “podemos hacer lo que se nos venga en gana”?

Pero si prestamos atención al indeterminismo científico (por empezar por algún lado), vemos cómo (en un principio) no todo está regido por leyes tan obvias de causa-efecto. Se han descubierto partículas subatómicas cuyo movimiento es impredecible, pues no se ha podido establecer un conjunto de leyes que nos ayuden a predecir su trayectoria.

Pensando en el indeterminismo nos damos cuenta de que todos tenemos esa sensación permanente de libertad y de libre albedrío: dudo mucho que Espinoza, al ir a comprar al mercado o al enamorarse de una dama, tuviese presente que nada de eso ocurre por él, sino que es parte de los engranajes del Universo; es decir, todos hemos sido arrojados a un turbulento y caudaloso río llamado “vida” en el que podemos pararnos unos segundos a pensar sobre el río y sobre, pongamos, la idea última: el sentido de la vida. Pero luego de estas bonitas, útiles y profundas reflexiones (que sin duda lo son), no tenemos más remedio que dejarnos llevar por la corriente, pues aún no ha nacido el ser humano con la energía suficiente para aguantar toda una vida resistiendo la corriente del río sin dejarse llevar por la cotidianeidad. Al fin y al cabo, el hombre que sale de la caverna acaba volviendo a ella cuando le llama su madre para comer, o su hijo para preguntarle algo, o cuando debe decidir si presentarse o no a presidente en su empresa (por ejemplo). Es verdad que el que ha visto el sol, jamás verá las cosas como antes, y que tendrá un grado más de profundidad en sus reflexiones. Pero luego uno se deja llevar por las decisiones de la vida diaria.

Decidir.

¿No quiere decir esta palabra “Tomar determinación de algo”? Es enfrentarse a varias opciones, y dentro de las posibilidades del individuo, elegir una u otra de forma libre (repito, dentro de las posibilidades del individuo).

Así pues, para sintetizar, ¿somos libres o no?

Pero, ¿acaso no terminan la mayoría de los Diálogos de Platón tal y como empezaron: con la misma pregunta, sin ninguna respuesta, pero, y esto es lo que importa de verdad, con un conocimiento muchísimo más profundo y trascendental sobre el tema?

¿Qué libertad se puede decir que tiene? La
libertad es la posibilidad de hacerse a uno,
de elegirse. Pero antes deben darse unas
condiciones externas. Un marco que
posibilite el ejercicio de la libertad.

Imágenes bajo licencia Creative Commons: Against Social Control, Sin título y Autorretrato de una sonrisa.

8 de febrero de 2010

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7 de febrero de 2010

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